Uno


“Qué se sentirá que a treinta cuadras de uno, alguien lo llore así?”, pensó. Con un hilo de voz casi imperceptible por el ahogo, lo dijo. Una pared de blanco-manicomio con dos agujeros negros en su centro le devolvió la mirada. Limpia. Seca. Nada. Era realmente la nada.
Diamante pasaba los días, las tardes y las noches de esta manera hacía un tiempo ya. De hecho todo comenzó cuando un ser de ideales llenos de amor y, contradictoriamente, un llanero solitario, la abandonó para cambiar su destino una vez más. Si bien ya no tenían 15 años, todavía mantenían el espíritu y la bipolaridad de aquella edad y, para ser sinceros, lo cierto es que nunca podría resultar algo bueno de ahí.
Sin embargo, lo intentaron. Quizás porque la atracción venció a la razón. Quizás  porque esta no era ni la primera ni la última vez que el deseo y el instinto iban a salir victoriosos, se entregaron y, obviamente, perdieron.